VII
La propuesta
siguiente para éste blog de producción de prensa, es un hibrido entre diario y
artículo, donde se conjugará lo narrativo con lo informativo y lo poético. Luego
de esto se mostrará el artículo informativo.
Lata de conservas
I
Abro la lata de conservas y uno espera un
olor fétido o por lo menos un olor dulzón o insípido. No es así, es extraño, no
hay olor alguno, es como si fuese un no contenido, un vacío incoloro. No lo
sé con exactitud.
Hace
mucho, había cerrado la lata de conservas, bueno, no es la única, a la que me refiero, es a
otra lata de conservas, quizá las demás han tenido ese olor a lo inminente, eso
llevado dentro de mí: un hacedor de palabras. No lo puedo negar, en ocasiones
abro una lata de conservas y pienso si tomaré ese mismo camino: comerme su
contenido y ser lo consumido.
Estas
latas llevan una etiqueta como las latas de los supermercados de las ciudades
decorativas, abarrotadas de precios y publicidad consumista. Las mías, viven en
la alacena, debajo de libros y pancartas de sentimientos; Sé, de lo acontecido
de algunos días, abrí una lata de conservas y extraje un poco de agua tinta con
mi pluma fuente y escribí unas cuantas impresiones, llámense poemas o palabras
poéticas, de cualquier modo eran letras encajadas una de tras de la otra con
sabor a mis lecturas recientes y entrevista a las orlas del nadaísmo.
También
con sabor a Olivia, mi amiga quien vive en Buenos aires. Esa noche la extrañé. Quise
dedicarle unos textos, sabiendo de ante mano, no habría respuesta. A mi
asombro, Olivia escribió, en breve dejó un extrañarme y de paso preguntarme por
el nadaísmo y el Bicentenario. Entre tanto recuerdo a Olivia, con quien tengo
un mutuo sentimiento de pancake con miel de Maple, a la hora del desayuno.
Ahora,
abro ésta, sinsabor, un agua tinta de colores; mi pluma fuente, absorbe como es
de costumbre y termino por decir bobadas en esta media noche entre un café y un
cigarrillo.
No
suelo escribir con “naturalidad”, decir:
lata de conservas. Lo he considerado como una frase demasiado silvestre, hubiera
preferido mencionar algo con sabor poético, sin necesidad de mencionar esa
frase corriente. No me acostumbro a jugar entre palabras formales e informales,
como así les he llamado.
Lo
que pasa es algo complicado, hace tiempo he venido mejorando mi hablar y mi
escribir, con ello, tener un lector medianamente diestro en la comprensión de
un lenguaje y otro. Aunque esto es pura mierda, a la larga, los lectores no se
buscan o se arrastran desde sus cabellos a que lo lean a uno. El lector, surge
con el tiempo, a veces por amor al autor y otras por curiosidad.
No
lo puedo negar, la gente de Medellín les gusta lo burdo, lo escueto. De algún
modo se sienten identificados, si hablas como gamín de cuarta, así se sentirán
a gusto con la lectura; eso es irónico, en éste valle de la eterna primavera-balacera,
sabiendo lo mojigata y goda que es.
Vaya
uno a hablar a lo literato y te mandan a freír espárragos o salen con la expresión
“no te entiendo”, “es muy lindo”, a veces pienso: lo dicen por el hecho de no
ser ávidos lectores o porque su inteligencia de obrero, no les alcanza para ir
más allá de las palabras. El trabajo les da un mínimo de capacidad, así lo
desean los burócratas, con el fin de que el pueblo no sea libre pensador –
obrero-engranaje para la gran máquina tecnológica–.
Lo
cómico, cuando me siento a leer algunos autores que tiene una escritura bien
armada, esas, de necesitar completo silencio con el fin de entrever lo dicho
por el escritor en una frase o en un párrafo como lo es, al fumarme “obra
negra”. Yo no me pongo con pendejadas, de no entendí, no me gusta, es demasiado
obtuso o absurdo. Bobadas de esas. La verdad, si me tomo el interés de leer así
me hablen en chino.
Siempre
he considerado que los libros merecen ser leídos, así sea el más abstracto o el
más cursi o burdo. Creo, es una cuestión de apreciación literaria, en donde se sabe
en la medida de la lectura qué quiere decir, el mismo texto se ha de defender
por sí solo, ya lo dijo Zuleta, cuando habla de la lectura y hace mención de Nietzsche,
en donde dice lo de rumiar, hasta desencajarse la mandíbula, de tanto mascar. Así
ha de ser, ese leer y comprender, –tener el esfuerzo de leer con aguda atención–.
[1]
Lo más curioso,
a la hora de terminar este texto y se lo lea a alguien, va quedar
pensando: qué carajos fue lo que dijo este tipo. Es increíble, al hablar
escueto, burdo, soez, algo como les gusta a ellos y son las lecturas “comida rápida”
como dice Ángel Galeano H. que es como “comer papas a la francesa con sabor a
limón o a pescado o a pollo refrito”.
Así
le gusta a la gente, consumir bagazo, algo para llenar sus cabezas atrofiadas,
de quién sabe alguna publicidad barata y de poco concepto. Deciden eso, pues no
les gusta pensar, les da dolor de cabeza, no, hablando en castizo: ¡que hartera
eso!
A
lo mejor, no tienen ni idea qué es una lata de conservas, quién es Zuleta,
Nietzsche ni mucho menos de lo que hablo. Quizás pensaron que les iba a hablar
sobre un producto y como se comercializa en los supermercado de cadena o como
llegó a través del TLC con unos cuantos lagartos y su politiquería, en el borde
de sus bocas llenas de sabor burocrático de dinero verde y oro negro.
Rechonchos
políticos como los sacerdotes y pastores que buscan en sus feligreses una
ayudita económica para sus arcas y sus viajes al extranjero, ¡claro!, el único
país que conocen y solo existe: Estados Unidos. Para ellos, los demás países
quedan fuera de este mundo. En el que vivimos, lo tiene el tío Sam, no del
gobierno o del ejército, sino de las súper marcas norteamericanas, con su
técnica de bombardeo para consumir como si fuéramos toneles sin fondo.
Tendrá
el lector, alguna puta idea de lo que hablo, un tonel. Solo falta que diga, es
una palabra demasiado intelectual. Por su puesto, para su agusanado
pensamiento, lleno de “comida rápida”, siliconas y bisuterías.
Que
tal, hubiera empezado este texto con las usuales palabras, de ahora años, a lo
mejor ni terminarían la frase, por notarlo demasiado intelectual o demasiado
ostentoso; para sus gustos de corazón buitreado, al son de las porquerías tragadas
en cualquier carrito de “comidas rápidas”. Y entiéndase, no critico a la noble
gente que se gana el sustento con perros calientes, ensaladas inexpresivas,
acompañada con una Coca-cola a la mano, mientras, esos clientes se desviven por
el descote de la publicidad andante, sentada a su lado; un tipo modelo de
revista de farándula o sacado de algún reality show con su hedonismo hasta en
su lengua.
Quien
prefiere andar por el modelo de Barcelona, tan en boga en cuanto país quiere
ver a sus calles habitadas de zonas rosas, en donde cohabitan tiendas,
restaurante de comidas rápidas, bisuterías y electrodomésticos con fecha de caducidad,
al instante de comprarlo, pues al segundo ya hay un nuevo artículo en el
mercado; acompañados a diario por el último grito de moda de los andantes con
cara de turista, tanto los de acá como los que vienen de otras latitudes. [2]
En
ciudades que no son estructura sino decoración[3]. Si
fuese de estructura, remitiría a tiempo largo, ostensibles en un hacer de vida
social implicada en el guardar, conservar. La verdad no es así, ahora, son
ciudades que su constante, es el cambio hora tras hora. Así mismo pasa con lo
escrito, se busca, ese texto light para pasar a otra cosa, a otro hacer con
base al despilfarro, acompasado a los créditos desbordados en cuotas.
II
Queda
un largo silencio ante lo escrito; una propuesta de lenguaje castizo y literario,
llega a este instante, luego de largas horas sin tomar esta lata de conservas,
a la larga no es para reivindicarme con mi lado, esa voz, una voz guardada hace
meses. Quizá por mis últimas crisis de escritura, en donde he tenido que
sentarme a meditar a conciencia, lo tanto dejado en papales amarillos, blancos
y digitales. Será entonces, hallar una comprensión de esto, venido de lo
vivencial, de lo ocasional, o de las lecturas, aquellas de los libros y de los
monólogos de quienes escucho a la hora de una cerveza, vino o café con sabor a
trozo de chocolate.
Usuales
conversaciones, en el diario de los días, de este náufrago de la ciudad,
viviente con amnesia de su pasado. Ando, por entre sus calles, en ocasiones en
la noche virtuosa de luces artificiales, otras, en lo diurno por los andenes,
donde pasa la señora con su sola soledad y su perrito tacita de té. Quehacer,
acostumbrado mis ojos nostálgicos, de lo que fue Medellín ahora 80 años. Tanto,
increíble, como lo es, las lecturas en las que veo a un Gonzalo Arango en búsqueda
de hacer un tejido de nada y de empanadas, café y unos besos en los pechos
rosaditos de algún amor, embebida de su voz profunda y enigmática mirada. Te
hace quedar inmóvil, para escucharle su discurso, ese manifiesto del 58. Con el
fin de pellizcar las nalgas de los sobrios sacerdotes, confabulados con el
político de turno en el poder Colombiano.
De
esto hace tiempo, cuando el movimiento literario el Nadaísmo partió con su
vestido de hilos de una Jorge Gaitán Durán y su propuesta Mito. También esos
hilos de aquel político en donde decía que su voz es el pueblo y que él era el
pueblo mismo, este hombre asesinado en el 48, Jorge Eliecer Gaitán. En esta
ebullición de ideas, se entrevé a un Gonzalo Arango, dispuesto a sacudir las
cabezas de pacatos, mercantilistas que impusieron sus normas y doctrinas a
punta del miedo a Dios y de armas de fuego.
A
lo que me refiero con lo anterior, el contexto literario de los Nadaístas se dá
en la década de los 50’s cuando Jorge Gaitán Durán un Cucuteño que vivió parte
de su vida en Europa; a su regreso funda la revista
cultural, Mito. Con un grupo de poetas llamados los Cuadernícolas. Por tanto,
Mito, fue el lugar para escritores nuevos y reconocidos, en una época de
conflictos entre conservadores y liberales, dando una de los años más
sangrientos que tuvo Colombia.[4]
Si nos ubicamos en esa margen, en
donde los partidos se disputaban el poder; los Nadaístas estaban ahí, viviendo
y padeciendo los atropellos a la juventud. Entonces, lo que oliera a
mojigatería, modernidad mercantilista, hombre-máquina; siguiendo parámetros de
la normatividad y las leyes de Dios. Los nadaístas debían manifestarse.
Es evidente, en esos momentos escuchar
desde un pulpito que los liberales son los malos, los impíos; al campesino
común y corriente eso se le cala en los huesos. A raíz de eso, surge la revista
cultural Mito de Jorge Gaitán Durán, en Bogotá, en 1955, la cual tuvo una corta
duración debido a la muerte del poeta en un accidente aéreo el 21 de junio de
1962.
Nos ubicamos en un país en guerra
entre los católicos y los impíos, los conservadores y liberales; el campo
estaba en completa postración; ensangrentado, debido a las batallas que fueron
bárbaras. Por ese entonces el presidente era Laureano Gómez, en el año 51,
derrocado en el 53, por Gustavo Rojas Pinilla, quien fue un general golpista
conservador, el cual trató de pacificar al país y más o menos lo logró. Luego
en el 58 llegó el Frente Nacional, comenzando con Alberto lleras Camargo, desde
ese momento los dos partidos se fueron turnando el poder, hasta el 78 con el
último presidente del Frente Nacional que fue Julio César Turbay Ayala. Tenemos
en ese contexto de los años 50, una pugna por recuperar el poder la iglesia
católica. [5]
Y el nadaísmo enfilaba gente a su idea de sacudir los cráneos agusanados de
poder y mercantilismo.
Desde este panorama, en Medellín, a
mediados del 58, se hizo un congreso de intelectuales católicos, precedido por
René Uribe Ferrer, que era el intelectual más católico que había en el país.
Entonces se iban a reunir en el Paraninfo de la Antioquia. Gonzalo Arango que
en ese tiempo tenía 27 años, porque nació en el 31 en Andes. Se reunió con
otros jóvenes menores que él; Jotamario es del 40, Eduardo escobar es del 43, Darío
Lemos es del 42 –fue uno de los mejores poetas que tuvo el nadaísmo-, Amílcar
Osorio es del 40, Jaime Jaramillo escobar X504 es del 32. Acompañados de otros
muchachos quienes siempre les hacían corrillo y andaban como si fueran una
“patota”, a infinidades de partes; una de ellas, el de hacerse entre las calles
Junín con Maracaibo; en un sitio llamado Versalles, al frente quedaba un salón
de villares, al lado de Versalles había un Grill, Miami. Entre este y el otro
se mantenían turnándose, huyéndole a la policía y en especial a un detective
que le llamaban el “ñato”, que siempre quiso darles captura por ser bebedores y
marihuaneros. Cuando se terminó el Miami, continuó sus encuentros en el
Metropol.[6]
En el que se reunían a escribir,
fumar, jugar billar. Como decía, hubo éste congreso de católicos, en donde
ellos tiraron un pedo químico; eso se dañó, todo el mundo salió huyendo como
pepa de guama. Luego, en misa de domingo, de eso de las doce del día, en la Iglesia
Metropolitana, los muchachos cogieron las hostias y las tiraron contra el piso
y las pisaron. Ante esto, a Darío Lemos, el obispo casi lo apuñala con un
Cristo, casi lo mata, sino se lo quitaran de encima al padrecito. De ahí, encanaron a
Gonzalo Arango y estuvo un mes en la cárcel de la Ladera. Estando en reclusión
escribió: memorias de un preso Nadaísta, un texto bellísimo por su lírica y su
poética del lenguaje. Sumando a otras obras que hizo en vida como: Sexo &
Saxofón, Obra Negra como también obras de teatro y reportajes para la revista
Cromos. [7]
El camino de Gonzalo Arango estuvo
permeado de situaciones de orden político, católico y social, llenando sus
ideas para manifiestos y criticas ante el status quo de la época. Cuando el
nadaísmo ya se hacía recurrente en los comentarios de pasillo, en los parques y
entre los literatos conservadores y liberales, para ese entonces, los Nadaísta
se trasladaron a otro lugar para seguir con sus charlas de lecturas y noticias
de periódicos.
Por ese entonces de los 70,
estuvieron con sus costumbres en un café llamado Ópera, mismo nombre del cine
que había al frente de este mismo; por esa misma calle estaba la librería
Aguirre, a la cual pasaban para saber las últimas novedades en literatura,
filosofía. Siguieron nutriendo sus postulados, con tonos de lo existencial, lo nihilista,
la generación beat, los poetas malditos y el pop art.
El nadaísmo fue un caldero de ideas,
que estaba en pro de dejar en pelota cuanta doctrina e ideas preconcebidas. Con
el fin de ser nada más que existencia, un existir que se apagó cuando Gonzalo
Arango tuvo el accidente automovilístico en el 72, en donde perdió la vida. Es
verdad, el Nadaísmo llegaría a su fin con su gran expositor y panfletista: el
profeta. Que quiso enérgicamente cambiar a una sociedad que solo buscaba
mantener las “buenas costumbres” a costa de un pueblo vendado a punta de leyes
y normas con su rezo dominical.
III
Ante lo nombrado en este media noche
en que me hayo de cabezas en la lata de conservas, encuentro demás, palabras
para decir esto o aquello, a ver si por lo menos estos “insectos” humanoides,
entienden de una buena vez a que vengo hacer a esta hora; en que tomo café,
fumo y me hago el imbécil para no comer, sino más bien en entretenerme con
estos muchachos y muchachas que buscaron entre licores y marihuanos: No
callarse nada.
Ideas para seguir pellizcando las
nalgas a los burócratas y sacerdotes de pacotilla. Por tanto, sigo pensando en
aquella señora con su perrito de tacita de té, al compás de mis pensamientos de
que los Nadaísta, su plástica, su poesía, si se analiza a conciencia, es una
poesía caricaturesca con tintes del movimiento beat.
En definitiva eran muchachos y
muchas iconoclastas, callejeros, rumberos; incluso influenció de algún modo a
mi entrevistado Juan Fernando Uribe, un hombre romántico y dispuesto a
promulgar paz y amor, así suene trillado y toda la cosa de esos años 60, es una
propuesta con su significado y significante que hay que darle su importancia.
Que puede perfilar, esa búsqueda de
hacer mejor a los seres humanos que rondan de un lado a otro como la señora del
perrito tacita de té que en algún momento perseguí para preguntarle que si oyó
alguna vez a Gonzalo Arango o si su perrito supo algo acerca del nadaísmo y su
vanguardia en poner el dedo en la llaga al satus quo. Pero no, resulta que la
señora huyó despavorida en el instante de acercarme con la Obra negra y leerle
el manifiesto al homo sapiens.
Esta serie de palabras y palabras,
encajadas en una serie de coherencias e imágenes de lenguaje castizo y literario; me hace pensar, que el nadaísmo, es la filosofía de la nada, la cual
implicaba muchas tendencias, muy bonitas como lo afirmó el médico general juan
Fernando Uribe.
Por consiguiente, acogieron ideas
orientales, tomando de allí, ese despojarse lo cuanto es el consumo, el
mercantilismo, las ideas preconcebidas, la recalcitrante mojigatería de muchos
humanoides que habitan y cohabitan esta ciudad de apartamento-dormitorio. Su
propuesta entonces era irse en contra de esa época persuadida en la doble
moral, el materialismo y el poder queriendo más poder.
Con una conducta asumida como
normal, bajo los parámetros de lo católico, pues la iglesia quería y deseaba
seguir siendo un príncipe a todo dar. Entonces entran los Nadaísta a punta de
panfletos con cara de tumba-ídolos para dejar títeres sin cabeza. Sin embargo,
los engranajes del sistema político, social y religioso de la época, los
encaminó a que les iba ser difícil hacer
un cambio en el mundo, su mundo, este terruño llamado Medellín.
Con lo dicho anteriormente, me tomo
el descaro de decir más, porque nunca esta demás, contar, cuando estuve
haciendo la entrevista a este hombre maravilloso por su ser iconoclasta, por su
voz que te contagia ese amar, ese creer en el amor. Me contó en breve, ideas
que a mi modo de ver sería fundamental. Pues si ya se sabe que el nadaísmo ha
muerto en un automóvil por allá en el 72. El nadaísmo debe surgir, como una
propuesta ya no rebelde sino una propuesta que dejó expuesto Gonzalo Arango, así
que para que aprieten nalga les dejo un poema muy interesante.
“Abandono la tumultuosa taberna por la soledad creadora. Y daré testimonio
de mi actitud nadaísta a través de la creación y no de la alucinación. Cambio
la pereza por la contemplación. El aburrimiento satisfecho por la desesperación
creadora. El silencio por la protesta. Elijo la nada que tiene un porvenir en
la vida, al vacío que no tiene porvenir
en nada, y que equivale a la muerte. El verdadero nadaísmo reclama este
espíritu viril, este espíritu que convertido en actos dará testimonio de
nosotros. El nadaísmo no ha muerto, sino que toma conciencia de sí mismo, se
supera, nos hacemos responsables de él, y lo tomamos en las manos para pesar su
importancia y medir sus alcances. Deja de ser lo que es para ser superior a sí
mismo”.[8]
Esto no es más que un abre bocas de
haberme metido de cabezas en la lata de conservas con sabor a polución, café,
hierba y palabras con su tono de nada, nada, nada. Un compás caricaturesco que
quiere el dedo en la llaga; por el hecho de una sociedad “evolucionada” en el
individualismo y un hedonismo mal entendido, dentro de una cultura light. En su
corriente lleva una juventud desmotivada intelectualmente, desde la clase alta.
No sucede entonces con la clase popular, estos jóvenes son más pensativos; es
una muchachada más inquieta. Así uno vea lo contrario en los medios, ese efecto
del consumismo en la clase media alta. Pero la clase popular es una juventud
que explora, se mueve, se inspira; es una franja de jóvenes que son curiosos.
El nadaísmo sería muy interesante rescatarlo porque continuaría poniendo el
dedo en la llaga.
Por ese tejido de despojarse de las
ideología, diálogos prefabricados. Dando paso desde su desnudez a construir
nuevos advenimientos culturales para crear un hombre nuevo; justo, digno y
creativo.
De ahí, partió este cuento hace unas
semanas, cuando tomé la idea de acercarme a un movimiento literario, el cual
siempre me dejó la inquietud de por qué no está, de si ahora la juventud será
capaz de permearse del nadaísmo, hacerlo neo-nadaísmo o llamarlo también
pos-nadaísmo como me lo dijo juan Fernando Uribe, que sería interesante e
importante que vuelva para estos tiempos.
“Abriría nuevos interrogantes para
salvar el mundo de la anarquía y el caos. Se está viviendo la cultura del
desamor: no me importa quién eres tú, desde que no me afecte a mí. Es un
estoicismo pequeño burgués muy mal entendido”. Palabras menos, palabras más, me
dijo éste hombre, un enamorado de los Beatles. Quien me recuerda unas cuantas
palabras de un viejo texto, realizado en el 2010 luego de una conferencia
acerca de la violencia y la literatura en donde hablaba de los Negroides de
Fernando Gonzales y Angosta de Héctor abad Faciolince.
En fin, el texto es adecuado para
este sabor seco de la lata de conservas y al que no le gustó, pues que se joda.
Mientras fumo y ya saben, tomo café y escucho música a mi gusto que no viene al
caso por ahora. Lo que si viene es el texto: En una mañana de julio salí a
tomar el bus para dirigirme al centro, llamado común mente “el hueco”, y en uno
de los asientos noté en la expresión de un señor, aquello de lo oído hace
semanas atrás:
El miedo aún persiste, es aquello
que se guarda en los borde de los parpados, el miedo a decir, el temor de
manifestar lo cuanto nos duele el yugo, a la hora de ver las injusticias y
atropellos al campesinado, al trabajador, al estudiante, al artista por
mencionar unos cuantos. Aún hay miedo a cada instante, de algún minuto y hora.
Cada mañana, puede ser el fin. El comienzo de estar inerte, se promulga lo que
es incorrecto, arbitrario, ilícito, ofensivo con su doctrina de abuso de poder.
Observé este hombre menudo bordeando
sus sesenta años y le pregunté a sus ojos: Cuánto somos miedo, otras veces
amarillistas o sensacionalistas. Sus ojos no dijeron ni una gota de sorpresa o
incertidumbre, así que me acerqué y le dije en tono amable: somos cómplices en
silencio, solo siendo espectadores. Cuánto somos durmiente ante las opresiones,
las ilegalidades. A veces son ellos los mercenarios, los traficantes de la
muerte con sus matices. Desde el más brutal, hasta el agónico. ¿Y nosotros?
¿Qué de nosotros? Y él no dijo nada, me era asombroso como este hombre era la
mínima expresión de lo que alguna vez fue humano; ahora no es más que un autómata
dirigiéndose a su trabajo. Sin embargo, le seguí preguntando:
Cuánto somos cómodos, cuántos somos
secuestrados por nosotros mismos. Y no permitimos que la razón grite
independencia, vocifere libertad, exclame convivencia. ¡No! Lo amordazamos. Lo
atamos, lo torturamos, lo ahogamos en la oscuridad. El corazón no se escapa de
eso. Como lo es un familiar, un amigo, una pareja, un conocido y un reconocido.
Una persona: un niño, una niña, un joven, un adulto; hombre y mujer.
Es irónico como la violencia, es
como la vida, son los únicos que no distinguen como Dios y el Diablo, el hecho
de ser de alguna raza, de alguna creencia, de alguna ideología, o de algún
sexo. Todos son adecuados, al maltrato, al atropello, al despotismo, a la
corrupción, al desplazamiento, al racismo y a la negación.
A un sinfín de arbitrariedades que
tienen cabida en las clases sociales, económicas, académica, laboral, social, cultural
y literario. De ello, en ello.
¿Cómo entonces lograr que las cosas
cambien, que no todo sea un animal de sangre? Pero esta modorra, este estado
letárgico, catártico, en sentirse sedado; todo cuanto es piel, cuanto es venas
y carne, inclusive las articulaciones y huesos. ¿Qué falta? Más sangre, más
llanto, más dolor, más angustia; un ángel caído o un redentor.
Seguimos siendo autómatas en un
pueblo complejo, en una ciudad trajinada, en un país consumista, en un
continente mundano, en un mundo globalizado. Seguimos siendo una serpiente
comiéndose su cola a su máxima lentitud, tanto así que no nos damos cuenta, —o
si no la damos, lo dejamos de largo, porque otro día, y otro día será que
hagamos algún cambio, por ahora sigamos en lo que estamos—, es estar a lo
proporcional a lo anteriormente mencionado, porque son círculos viciosos que
nos tiene confortantes mientras nos vamos amurallando, en el auto, en la calle,
en la casa, en la acera, en el trabajo, en la mesa, en la academia, en la ropa,
en el barrio, en el habla, en la ciudad, en la mirada, en el país, en la rumba,
en el continente, en el ordenador y en el dormir.
Notas:
Zuleta, Estanislao. Elogio de la dificultad y otro ensayos. En: sobre la
lectura y la ideología. P. 69